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domingo, 23 de enero de 2011

El amor (L)

Características El amor romántico es considerado como un sentimiento diferente y superior a las puras necesidades fisiológicas, como el deseo sexual o la lujuria, y generalmente implica una mezcla de deseo emocional y sexual, otorgándole, eso sí, más énfasis a las emociones que al placer físico, a diferencia del amor platónico, que se centra en lo espiritual. Algunos analistas recientes[1] inciden en que las características más señaladas de este tipo de amor se confirman y difunden a través de relatos literarios, películas, canciones. Se trata de un tipo de afecto que, se presume, ha de ser para toda la vida (te querré siempre), exclusivo (no podré amar a nadie más que a ti), incondicional (te querré por encima de todo) e implica un elevado grado de renuncia (te quiero más que a mi vida). Pilar Sampedro caracteriza el amor romántico de la siguiente manera:
Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre ambos, un todo indisoluble.[2]
Un aspecto del amor romántico es la aleatoriedad de los encuentros que conducen al amor. La cultura occidental ha enfatizado históricamente el amor romántico mucho más que otras en las cuales los matrimonios arreglados son la regla. Sin embargo, la globalización ha extendido las ideas occidentales sobre el amor y el romance.

[editar] Críticas

Según ciertos analistas modernos este modelo de amor idealizado crearía falsas expectativas y conduciría irremisiblemente a la frustración y el fracaso afectivo, al confundir apego (que es un estado afectivo perdurable) con enamoramiento (que es un proceso previo al apego y de menor duración). Según esta perspectiva de análisis psicosocial, el amor romántico se basaría en la anulación a través de la renuncia de uno mismo, y sería la base, en cierta medida, de la violencia de género. Así, y según estas teorías, aunque originalmente el amor romántico habría supuesto un estímulo para la emancipación femenina, al haber la mujer interiorizado un rol social incompatible con la felicidad terminaría atrapada en una maraña invencible de obligaciones que le dificultaría finalizar la relación o aceptar el duelo que supone la ruptura, debido a presiones de la sociedad, de la familia o de ella misma. Otra cuestión fundamental en este sentido es la educación desigual entre los géneros, de manera que el mundo de los afectos (del cutlivo de la intimidad) se plantea en la cultura occidental como parte de las cultura de las mujeres lo cual tiene consecuencias ambivalentes, quizá una de las más perversas sea el sometimiento en las relaciones de pareja heterosexual.
Conclusiones parecidas han sido deducidas desde un análisis antropológico materialista, poniendo de relieve un desfase cultural del concepto de amor romántico. Según estas tesis, este desfase cultural vendría derivado de la no evolución del concepto de amor, frente a enormes divergencias entre el entorno socio cultural en que se apareció (la edad media), y los tiempos contemporáneos.
Según el sociólogo británico Anthony Giddens, estas críticas han significado una transformación de las relaciones íntimas. En la sociedad occidental, a partir de mediados del siglo XX, las parejas, al abandonar los ideales del amor romántico, están configurando un nuevo modelo de amor que él llama amor confluente. Sin embargo autoras como Wendy Langford en Revolutions of the Heart, critica este tipo de afirmaciones tan generales sobre el triunfo de las relaciones afectivas igualitarias en la sociedad actual.
De mayor interés puede ser la comprensión de los vínculos emocionales a los valores de la sociedad de consumo que entiende al sujeto como capaz de elegir entre diversas opciones o el interés económico que las emociones han ganado en nuestra sociedad. Un peligro actual es la el desarrollo de sustancias farmacéuticas que, como la viagra o la oxitocina, pueden alimentar la idea de que las emociones pueden cambiarse (podemos amar más o sentir más apego, por ejemplo) con balas mágicas, es decir, con nuevos productos farmacéuticos.[3]
Una perspectiva simplificadora de las emociones (y del amor) con reduccionismos que equiparan, de forma ultrasimplista, los comportamientos animales y humanos, pueden hacernos olvidar el gran valor cognitivo de las emociones, la capacidad para generar sociedades más sabias si las emociones se toman como informantes de procesos complejos individuales y cognitivos de los que con frecuencia no tenemos consciencia, es decir, no somos capaces de formular. Otro riesgo inevitable si se medicalizan los sentimientos es que olvidaremos que las emociones (y el amor) son productos del ecosistema humano, y que nunca --por "personal" y "subjetiva" que parezca una emoción-- será un resultado individual, sino que siempre es un producto de la interacción humana con otros humanos o con el medio en general

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